Brasil no necesita presentación cuando se trata de mar y arena. Con más de 7.000 kilómetros de costa, el país ofrece desde piscinas naturales de agua turquesa hasta bahías salvajes donde el Atlántico golpea sin testigos.
Para el viajero sudamericano que busca combinar naturaleza, cultura y buena mesa con aguas cálidas y escenarios fotogénicos, estas siete playas resumen la esencia del litoral brasileño, de norte a sur.
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Baía do Sancho, Fernando de Noronha (Pernambuco)
Repetidamente elegida entre las mejores del mundo, la Baía do Sancho es el rostro más puro de Brasil: acantilados cubiertos de verde, arena dorada fina y un mar con visibilidad de acuarios.
Llegar implica vuelo a Noronha (desde Recife o Natal) y un descenso por escaleras empotradas en la roca que ya vale el viaje. Debajo del agua, tortugas, mantarrayas y bancos de peces tropicales establecen la escala del espectáculo.
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La isla cobra tasa ambiental y limita visitantes: conviene reservar con antelación y apostar por la temporada seca (de agosto a noviembre) para disfrutar condiciones de buceo excepcionales.
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Jericoacoara, Ceará
Hasta hace poco era un secreto de mochileros; hoy, Jeri conserva alma bohemia en un pueblo de calles de arena, dunas móviles y un sol que se despide aplaudido cada tarde.
El Parque Nacional protege una geografía única donde lagunas azules aparecen entre dunas en época de lluvias (junio a septiembre) y las playas ofrecen viento ideal para kitesurf y windsurf.
No hay asfalto hasta el pueblo: se llega en 4x4 desde Jijoca, lo cual forma parte de la aventura. De día, buggy por la arena; de noche, forró y caipiriñas bajo el cielo estrellado.
Praia do Pipa, Rio Grande do Norte
Pipa combina acantilados rojizos, bahías tranquilas y miradores naturales sobre delfines que escoltan a los surfistas.
A dos horas de Natal, fue una aldea de pescadores y hoy brilla con posadas con estilo, gastronomía cosmopolita y caletas para cada plan: Baía dos Golfinhos para nadar con suerte junto a cetáceos, Praia do Madeiro para remar y Praia do Amor para surf y atardeceres encendidos. La mejor época va de septiembre a enero, con menos lluvias y brisas constantes.
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Praia dos Carneiros, Pernambuco
Postales con palmeras inclinadas, una iglesia blanca del siglo XVIII junto al mar y piscinas naturales que aparecen con la marea baja: Carneiros es el exponente de la estética tropical brasileña.
A 1 hora y media de Recife y cercana a Porto de Galinhas, ofrece aguas tibias y calmas para familias, paseos de jangada sobre arrecifes y gastronomía marinera a pie de arena. Llegar temprano ayuda a evitar multitudes, sobre todo en feriados y fines de semana.
Prainhas do Pontal do Atalaia, Arraial do Cabo (Río de Janeiro)
La "Caribe brasileño" hace honor al apodo con arena tan blanca que enceguece y agua turquesa transparente. A tres horas de Río, Arraial do Cabo es una meca del buceo por sus aguas frías y claras, efecto de corrientes que favorecen la vida marina.
Las Prainhas se alcanzan por escalinatas panorámicas desde el mirador o en lancha. Entre mayo y septiembre el cielo suele estar más estable y hay menos visitantes; chalecos para snorkel y respeto por la frágil vegetación de restinga son imprescindibles.
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Lopes Mendes, Ilha Grande (Río de Janeiro)
Sin bares ni música alta, Lopes Mendes es para quienes buscan playa en su estado natural: 3 kilómetros de arena finísima, mar de tonos lechosos y oleaje que acaricia o exige, según el día.
Desde Abraão, el principal puerto de Ilha Grande, se llega en lancha y luego una caminata bajo selva atlántica. No hay servicios, así que agua, sombrero y protector solar son obligatorios. La isla prohíbe vehículos, un lujo que se traduce en silencio y senderos donde los capuchinos se cruzan con mochileros.
Lagoinha do Leste, Florianópolis (Santa Catarina)
En el sur, el litoral cambia: el agua refresca, el relieve se eleva y los senderos se vuelven protagonistas. Lagoinha do Leste, la más salvaje de Floripa, solo se conquista a pie o en barco: dos horas de trekking por bosque costero desde Pântano do Sul o una ruta más exigente desde Matadeiro.
Del otro lado espera una media luna casi desierta, con laguna de agua dulce, morros cubiertos de verde y olas que hacen felices a surfistas. La mejor ventana es el verano austral, con tiempo más estable y mar menos bravo.
Viajar por las playas de Brasil es, también, un mapa de sabores y acentos: tapiocas en el Nordeste, moquecas humeantes en Bahía, frutos de mar en Santa Catarina y el léxico cantado que cambia kilómetro a kilómetro.
Para el viajero sudamericano, la logística es simple: vuelos directos a Recife, Fortaleza, Río o Florianópolis; buses y traslados locales confiables; y una oferta de posadas para todos los presupuestos.